El tango en San Cristobal

4 de diciembre de 2007




San Cristóbal había sido en su prehistoria una pampa recortada por extensas chacras, que al impulso de la inmigración se subdividieron, acercándose al centro.

Una épica de alegrías y dramas, lo prepararon para el largo dominio del tango.

Quizás se le anticipó la marca de una queja de bandoneón, aquella noche de 1884, cuando en medio de la celebración popular, dos jóvenes y perseguidos amantes, esperaron tomados de las manos, que el arsénico hiciera su efecto.

O cuando la calumnia pegó una estocada mortal al padre Arenas. Un hombre que atravesaba en pleno invierno los peligrosos pantanos de la Av. Jujuy, visitando a sus pobres; o esquivaba las balas, cuando el alzamiento de Tejedor, para asistir a los heridos.

O después, la daga de la Moreira; famosa bailarina del café de la Pichona; vengando al hombre de su vida, aquel mismo que la explotaba.

Fue así, entre los gringos laburantes y nostálgicos, con sus viviendas cargadas de parras y los compadritos con sus pupilas, sus cafés, el relumbrar de sus cuchillos que se tejió su historia.

Mientras, el trencito de la basura avanzaba por la cortada Oruro hacia la quema; se jugaba pelota vasca en la Plaza Euskara; los organitos que alquilaba la llamada " Infanta Isabel ", salían desde la cortada Danel a distribuir el tango; brotaban las academias, los cafés, las casitas de baile, los creadores.

Aún están en pie las paredes exteriores de la casa de María la vasca donde se reunían los despreocupados muchachos " bien " a bailar por tres pesos la hora.



© Ana M. di Cesare

Artículo en Revista de la Universidad del tango.
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