Epica de un león dormido

4 de diciembre de 2007





Un barrio, allá por el 900, de glorietas, de cafés que surgían a borbotones, de teatros al aire libre, de circos y potreros. Tiempo de líricos y de obreros del ladrillo, que compraban más libros de los que se vendían en el centro; en que se pensaba en poesía y se armaban huelgas; en los que en una cortada se derramaba por el filo de un cuchillo la vida de algún taita.


Días de euforias, de esperanzas, de casas chatas y exuberancia de malvones. Por ese entonces, a Boedo, también la habitaban payadores que tenían por principal punto de reunión el café de Brenta, en la esquina noroeste de México y Boedo.


Ese, que deshabitado, al cabo de unos años decidió suicidarse implotando, en lugar de dejarse arrasar por la picota. Se lo conocía como “ el almacén de Brenta. Mil historias se construían allí. Ambito de discusiones políticas, refugio de los peores malandrines; y en el patio de tierra, al fondo, en el antiguo reñidero, arena de la taba.... los payadores, rasgando la monotonía del eterno contrapunto.


Cuando Juan Leyro y Betinoti eran dos muchachitos que aprendían a hacer versos bajo su higuera, apareció Luis García Morel, y se puso a darles clases en ese almacén.Allí comenzaban las payadas y se iban por el potrero con cancha de bochas de H. Primo y Boedo; o por el Circo de Chiappe en Masa entre Venezuela y Agrelo, donde las esperaban el joven Gabino Ezeiza, Higinio Casón, Ciriaco Bravo; para llevárselas a las glorietas, donde otros payadores como Federico Curlando (el favorito de de zona), Donato Sierra, Gorosito, Juan Pedro López, Lobato, Generoso De Amato, Montoto, hacían lo suyo.


Tenían éxito.En el un local apelado “La Payada“, en San Juan entre Colombres y Castro Barros, o donde se presentasen, el público se reunía entusiasmado para escucharlos. Y entre esa gente, un joven de Boedo y Quito, que se les acercaba tímidamente y se presentaba como “Ignacio Corsini“.


Y entre todos, ese fuera de serie que fue Martín Castro, “el payador libertario “, que enardecía a la audiencia recitando aquello de



“hombre que te degeneras

al pie de los mostradores

gastándote en licores

el fruto de tu sudor"



No solo los payadores se han ido, también la bohemia, la ingenua sensualidad de las glicinas y los forjadores de un Boedo grandioso, épico, que duerme un sueño de león cansado.




© Ana M. di Cesare
Artículo en Revista dela Universidad del Tango
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