las Soldaderas de los ejércitos libertadores

DOSCIENTOS AÑOS HACIENDO HISTORIA


Este post surgió por una invitación que me habían hecho a participar en un recordatorio de las mujeres que ayudaron a gestar la historia de este continente. Mujeres a las que rara vez se menciona fuera de los ruedos académicos.

Si recojo el guante y escribo sobre aquellas que ayudaron a nuestra independencia, es porque creo que la historia, sin la sociedad entre hombres y mujeres no existiría.

Desde los tiempos en que nuestros antepasados vivían en cavernas, se dividió el trabajo de acuerdo a las capacidades anatómicas. Si ellos cazaban, nosotras recolectábamos y entre ambos aportábamos los nutrientes para que nuestra especie prosperara.

En el devenir, hemos ido equilibrando la balanza, ellos iban a la guerra, nosotras cultivábamos los campos. Aunque ésto no impidiera que muchas veces estuviéramos en los frentes de batalla.

Es cierto que durante siglos, y en ciertas culturas, predominó un discurso que nos convirtió en valor de cambio, y pretendió reducirnos al espacio de las hornallas.

Pero tan cierto como lo anterior, es que no cejamos en el intento de ocupar nuestro lugar, y con argucias o llanamente, produjimos efectos y manejamos los hilos de los acontecimientos.

Pensar que las mujeres no fuimos decisivas en el juego de fuerzas que determina el hecho histórico para bien y para mal, es negar la realidad. Y quienes participamos de este proyecto, mujeres americanas, debemos recordar la intervención de Malinche, entregando el continente al imperialismo español y al mayor genocidio que ha conocido la humanidad.

Muchas mujeres fueron protagonistas en los episodios que llevaron a nuestra constitución como naciones independientes. Nombres como Manuela Sáenz, Mariquita Sánchez de Thompson, Juana Azurduy son ampliamente conocidos y provocan renovada curiosidad.

Casi todas aquellas de las que nos llegaron nombres, pertenecieron a sectores acomodados de la sociedad colonial, y tuvieron la fortuna de acceder a una educación, más o menos pobre, pero educación al fin.


Justamente, la carencia de instrucción de nuestras abuelas, fue determinante en que no jugáramos un papel inicial en la ideología revolucionaria. Fueron ellos quienes sí accedían al conocimiento y, con suerte a los infiernos de las bibliotecas, a quienes les tocó pensarla, masticarla y aplicarla.

Todos los sectores sociales, se vieron afectados por la revolución, y ellas buscaron el modo de colaborar, de acuerdo a sus posibilidades. Unas donaron capital, otras pusieron el cuerpo.


Las mujeres que a mí me interesa rescatar del olvido, son las anónimas, las “soldaderas”, si me permiten las hermanas mexicanas copiarles el término.

Las huestes de mujeres que seguían a los ejércitos movidas por causas tan diferentes, pero con una misma acción a la hora necesaria.

Ellas eran esposas inconsolables, o arrancadas de la tierra, o revolucionarias convencidas, o putas para animar las horas muertas.

Habían sido blancas, negras, mulatas o indias, ahora eran todas del color de la revolución.

En las marchas cocinaban, zurcían los trapos que vestían nuestros soldados, lavaban, portaban agua. 
En la acción cargaban las armas, disparaban ocasionalmente si se presentaba el caso. 
Y luego del combate se convertían en las mejores enfermeras, lavaban, cuidaban, vendaban. Acunaban y acompañaban a los que no tenían remedio y enterraban con entereza a los que se habían perdido.

Fueron al final de cuentas, las madres de todos los soldados.

Curiosamente a muchas de aquellas, que apenas son una mención en algún documento, la tropa las bautizaba “madre de la patria”

El de las soldaderas fue un ejército paralelo que secundaba a las partidas. Estaban expuestas a las balas, a las marchas extenuantes y las pestes. Marchaban de manera invisible detrás de los ejércitos, porque los comandantes no querían bandas de mujeres entreverándose con los soldados.

Vaya una a saber donde las sorprendió la independencia. A qué distancia de sus pagos, cómo se las ingeniaron para continuar viviendo, bajo que melodías se cerraron sus ojos.

Y sus huesos se hicieron polvo, y su memoria también.


Yo alzo mi homenaje por aquellas que dieron todo y no merecieron un renglón en los libros de historia.



Pueden leer los trabajos sobre Mujeres en el bicentenario en:




© Ana di Cesare